Sombras de ayer

Hoy, completamente a solas contigo, vi mi sombra merodeando por tus calles. Esa que hace tiempo compraba a tu lado sueños e ilusiones y alzaba banderas. La que estando sola entre tanta gente, se sentía especial, diferente.

Hoy mi sombra caminaba por tu acera y aún cargaba los recuerdos de otros tiempos que esperaban impacientes los de ahora. La vi sentaba en la parada del autobús con un libro entre sus manos. Hacía tanto que no la veía, que casi olvidé que aún estaba.

Hoy miré al cielo mientras el sol se escondía entre las nubes, agotado. Miré la eterna avenida, los ruidosos coches, las caras extrañas… Y hasta te eché de menos, no sé si a ti o a mi sombra, pero lo hice.

Y en ese instante de éxtasis, de confusión o de nostalgia, miré dentro de mí y ahí estaba. Mi sombra seguía ahí, siempre había estado ahí, pequeña, escondida, sin ánimo, sin ganas, pero ahí, en el mismo sitio de siempre. 

Y entonces, después de haberte querido y odiado casi a partes iguales, recordé que fuiste tú la culpable de mis mejores sueños. La que siempre me empujaba. La que me había dado alas para volar ya varias veces. La que siempre me despertaba para enseñarme que mi sombra seguía conmigo, aunque una parte de ella se había quedado en tus calles para siempre y encontrarla es lo que me había hecho levantar de una vez la mirada.

Y ahí estabas otra vez, en tu caos infinito, con mi sombra vagando por tus calles y dejando a hurtadillas un nuevo sueño en mi bolsillo… Por si acaso. 

Ausente

No me fui, pero cuando se esperan cambios importantes, la pluma, a veces, se detiene. Es como si se durmiese un tiempo en el cajón esperando ser empuñada de nuevo con más fuerza.

No me fui, lo sé, porque creí que me había ido muchas veces y siempre estuve. Y estaré, porque ya no sé estar sin ti, porque estás siempre en mi… Esperando. Porque eres ese yo que me hace libre.

No me fui, pero ahora camino más despacio, mirando a las nubes, vislumbrando nuevos horizontes, distraída.

No me fui, pero el calor del verano que se acerca ralentiza el mecanismo.

No me fui, pero de nuevo me escondo tras las flores, a embriagarme de su perfume.

No fui, pero, a veces, es como si la vida se parase y todo parase con ella.

Y aunque no me fui, ahora creo que estoy ausente y tú… en la espera…

El camino

Nunca sabes cuando tendrás que abandonar un camino y empezar otro. El camino hacia una nueva meta, una que incluso nunca te hayas planteado. No importar que fueses (o que creyeses que fueses) por el camino correcto. Ni importa que el camino estuviese despejado y soleado. No importa que te sintieses cómoda en él. Ni siquiera importa que no fueses tu la que eligiese abandonar ese camino, a veces la vida decide por ti. Pero el caso es que un día, sin previo aviso, el camino llega a su fin, sin más. Y, de repente, te ves de rodillas, con la cabeza agachada mirando al suelo, preguntándote, una y otra vez, que vas a hacer ahora (que por cierto al agachar la mirada, descubres lo gastados que estaban ya esos zapatos y, al parar, por obligación, te das cuenta de cuanto te dolían los pies).

Y como te duelen los pies y los zapatos están rotos, te sientas a descansar, a la sombra, mientras miras atrás el camino. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puede haber pasado? Un camino recorrido durante tanto tiempo, aplanado con esfuerzo para hacerlo más llevadero, con metas en tu cabeza, con vistas al horizonte…. ¿cómo puede haberse acabado? Y entonces te sientes perdida, y lloras. Y decides quedarte ahí, absorta.

Pero un día todo cambia. No sabes si algo, si alguien (si tu misma) te gira la cabeza y te muestra nuevos caminos. Caminos que no habías visto o que habías olvidado, con nuevas metas, con nuevos horizontes. Y descubres de nuevo un pájaro en el cielo que habías perdido de vista. Y sonríes, te levantas y te atreves. Te atreves a soñar de nuevo. Te levantas y abandonas ese camino marchito que, sin darte cuenta, te había atrapado. El camino del conformismo que te regalaba estabilidad (bendito tesoro en los tiempos que corren), pero poco más. Y piensas de nuevo en tu vaquita y en como la tiraron por el barranco. Y esbozas una sonrisa, pero te vas, para siempre.

Sale el sol (y hasta te sientes culpable por sonreir en medio de la tormenta, pero sonríes). Te calzas unos nuevos zapatos y emprendes un nuevo camino. No sabes lo que te espera pero has dado el primer paso, ya no hay vuelta atrás, hay que seguir caminando. A lo lejos, la niebla borra el camino que ya dejaste. Y así, continúa tu historia.

 

Enero

                                             Foto: Radio Grazalema

 

Enero amanece gélido tras los cristales. Se ha vestido de blanco inmaculado para estrenar el año; quizás así, sin manchar, quiere recordarnos que la esperanza debe seguir viva, alerta en cada esquina, en cada tejado. Los nuevos propósitos se amontonan en cada esquina. Mi perro se recuesta en el sofá, enroscado en su mantita, buscando el calor perdido. El humo de las chimeneas se vislumbra a lo lejos, gris oscuro, como queriendo quemar lo malo que el año que se ha marchado nos ha dejado. El mar se enfada, mostrando su cara más agresiva. Los pájaros se refugian en lo más profundo de los árboles perennes que conservan tristes sus hojas. No hay sol, y cuando aparece no calienta. La sonrisa tirita debajo de una mascarilla que ahora pareciera protegernos también del frío. Las manos no hacen castillos en el aire, se mantienen escondidas para abrigarse. Los pies se empeñan en dar pasos congelados. El café se enfría. La noche llega temprano. El tiempo se para, cogemos fuerzas. Y por eso, y otras cosas, me gusta enero…