Foto: Radio Grazalema
Enero amanece gélido tras los cristales. Se ha vestido de blanco inmaculado para estrenar el año; quizás así, sin manchar, quiere recordarnos que la esperanza debe seguir viva, alerta en cada esquina, en cada tejado. Los nuevos propósitos se amontonan en cada esquina. Mi perro se recuesta en el sofá, enroscado en su mantita, buscando el calor perdido. El humo de las chimeneas se vislumbra a lo lejos, gris oscuro, como queriendo quemar lo malo que el año que se ha marchado nos ha dejado. El mar se enfada, mostrando su cara más agresiva. Los pájaros se refugian en lo más profundo de los árboles perennes que conservan tristes sus hojas. No hay sol, y cuando aparece no calienta. La sonrisa tirita debajo de una mascarilla que ahora pareciera protegernos también del frío. Las manos no hacen castillos en el aire, se mantienen escondidas para abrigarse. Los pies se empeñan en dar pasos congelados. El café se enfría. La noche llega temprano. El tiempo se para, cogemos fuerzas. Y por eso, y otras cosas, me gusta enero…