Eran las 5 de la tarde y tenía que terminarlo, me lo había propuesto a mí misma. Era ahora o nunca, y no estaba dispuesta a otro nunca. Así que afilé el lápiz y terminé lo que me quedaba. El principio. Había que explicar de dónde venía todo aquello.
5 años atrás había empezado un sueño que aún hoy pareciera tan lejano, o más, que entonces. Mil hojas arrugadas sobre la mesa que no llegaron a ningún sitio, ni siquiera a la papelera. Un sueño latente que se desvanece cada día, pero que no se apaga. Como si la sombra del deseo lo persiguiese siempre. Como si huyese, sin haber huido. Y un día cualquiera, de repente, el sueño que se esfuma se convierte en el único hilo al que agarrarse. No hay otro, no hay más para seguir dando pasos en este camino que agarrarse a ese hilo, porque la primavera se había llevado por delante todos los que habías usado para tejer tu capa de héroe durante años. Porque te has quedado semidesnuda y con miedo, con mucho miedo en el cuerpo. Y cuando vuelves a ver ese hilo que siempre estuvo pero que nunca sirvió para atar unos nuevos zapatos con los que andar piensas, ¿pero qué voy a hacer contigo de nuevo? Aún no sé cómo no nos cansamos de tanto… con tan poco.
Y, de repente, una voz te susurra… ¿Nos marchamos? Y la casualidad, o el destino, hacen el resto…
Aquella mañana de julio de 2020, un verano atípico que anhelaba con deseo, pues quería huir de todo, emprendí un viaje con la intención de desconectar de todo. Un viaje que me debía hace tiempo, sola, sin nada que entretuviese mi mente desolada. Después de 5 horas de viaje, Noruega se presentaba ante mis ojos impoluta, con la nieve durmiendo en sus cumbres pese a estar en pleno verano. Un verano que allí no calienta, pero que alumbra, con días casi infinitos y noches que se escabullen (nunca había escrito tanto bajo la luz del sol). La había soñado tantas veces… y ahora allí, en sus brazos, estaba claro que esos sueños no le hacían justicia. Verde esperanza, azul cielo y gris, gris, como el color de mi alma aquella mañana. Solo hizo falta una semana para convertir ese gris en plata, como la plata que dicen que tiene mi tacita.
Sola, con mi mochila al hombro, recorrí cada rincón de ese país encantado…. Las cascadas de Hellesylt caían ante mis ojos como lágrimas sin consuelo que nunca paran, pero que te dan la paz que necesitan. Ese primer encuentro fue mágico. Quise perderme con ellas ese día y creo que una parte de mí, la que tenía presa, naufragó aquella mañana para siempre. En Geiranger perdí la cuenta del tiempo cuando atravesé en aquel pequeño barco su fiordo, un espíritu verde y blanco, como mi amada bandera, penetró en mi alma y la atravesó como un puñal que no duele, pero que araña tu corazón para siempre grabando a fuego unas iniciales de por vida. Bergen, su mirador, su puerto que andaba silencioso a nuestros pies y arrodillaba hacia él, con el paso del tiempo, hasta las casas más altas, su pequeña iglesia de madera, sus calles perdidas, sus gentes de hermosos ojos azul hielo como el mar, o la mar, del Norte… Su magia cosmopolita enmascarada en un pueblo. Flåm y su tren infinito de sueños rotos que renacen en cuando pasan por sus bosques… Kjeragbolten, su roca colgante donde el alma se desprende si mira abajo hacia el trozo de cielo que se cayó del cielo a la tierra… Y así, podría seguir y hablaría de mil lugares para perderse, tantos, que una semana supo a tan poco que hice un pacto con el diablo para robarle julio entero. Y así, con la vida parada a la orilla de un fiordo y la pluma que un día perdí arañando mis entrañas de nuevo, a cada paso que daba, sin esperarlo, nacía una historia. Y el hilo se hacía fuerte con cada letra que dibujaban mis manos al mirarte. Fui libre, y tú, que te habías quedado ahí, muy adentro mientras pensaba que te habías marchado, fuiste libre conmigo.
Regresé a ese 2020 que me había hecho trizas, porque aunque a veces es necesario parar para poder seguir, hay que seguir. Pero regresé renovada y con ganas, con muchas ganas de ti, porque para entonces ya no era yo y tú ya no eras tú… Éramos tú y yo, nos habíamos encontrado, al fin, después de tantos años, fundidos en este libro que hoy ve luz. Ahora ya no estoy perdida, aunque sigo asustada, y la musa verde cielo y plata que me regalaste, se quedó a vivir conmigo. Pero volveré, no te quepa la menor duda. Mientras, aquí tienes, querido lector, un poco de ella en tus manos, y un poco de mí.
¿Y el título, cuál puede ser el título? Ya lo tengo, VIAJAR SOÑANDO.
Dos días después recibía este mail: <<Nos ha encantado tu libro, gracias por la presentación>>
Ya no había marcha atrás, habías vuelto, para quedarte. Y ahora septiembre se vislumbra menos malo… o igual de malo pero contigo.
NOTA A LOS LECTORES: Este relato participa en el Concurso de Historias de viajes de verano de Zenda Libros.